
A mí, esto de las competencias, me parece un grandísimo, desproporcionado y peligroso tocomocho.
Según mi punto de vista, las competencias no existen. Nos son más que alucinaciones analítico-reduccionistas inventadas por cuatro espabilados para hacer su agosto.
Os comento una experiencia.
Hace unos años, contactó conmigo una de las principales empresas españolas. Una de esas que forman parte del “selectivo” Ibex-35.
A esa insigne empresa, una insigne consultoría, de ámbito mundial, de esas que predican las bondades de las competencias (y de las que hacen su agosto, a cuenta de ellas), les había hecho una “auditoría competencial” para determinar qué competencias era más necesario que desarrollaran sus directivos.
La conclusión fue que la competencia que más inminentemente tenían que desarrollar era: “el trabajo en equipo”.
Me pidieron que, para desarrollar esa competencia, diagnosticada como la más relevante, les hiciera una propuesta formativa.
Les planteé la realización de un Micromundo en el que los equipos de trabajo tenían que aprender haciendo, a partir de la definición e implementación de estrategias para la consecución de determinados retos. Durante ese proceso, las personas que participaban en la acción formativa, tenían que: comunicarse, abordar modelos mentales individuales y colectivos, romper creencias limitadoras, negociar, resolver problemas, tomar decisiones, etc.
Me contestaron diciéndome que les parecía interesante mi propuesta pero que no cuadraba con su necesidad, ya que, ese año, sólo iban a desarrollar la competencia de “trabajar en equipo”, y que en años sucesivos, según fuera indicándolo la auditoría, ya irían desarrollando las otras competencias, que yo había “juntado y mezclado” en mi propuesta.
Una respuesta, como se ve, para cubrirse de gloria.
O sea que, ellos no iban a “juntar ni a mezclar”, ellos iban a aprender a trabajar en equipo sin comunicarse, sin afrontar modelos mentales, sin negociar, sin tomar decisiones… (No lo iban a hacer así, porque todo eso sería el aprendizaje de años sucesivos, según fuera determinándolo la auditoría).
Insisto, para cubrirse de gloria.
Su respuesta suena algo así como el chiste de la trompeta:
Alguien le pregunta a un trompetista… ¿Oye, cuánto tiempo se necesita para aprender a tocar la trompeta? Y este responde: pues está claro, tres años. Un año para el primer pulsador, un año para el segundo, y otro para el tercero.
Total, lo titulado: las competencias y el chiste de la trompeta.
Imagen: Máscara, de María Cristina Faleroni.
Os adjunto un video para que veáis lo que se puede lograr con el método: tres años, tres pulsadores, para aprender a tocar la trompeta.